Opresor u oprimido

En la época en la que nuestros padres eran jóvenes, no había muchas opciones para encontrar un trabajo. Aquellos que por fortuna lograban estudiar una carrera profesional eran quienes realmente podían conseguir los mejores puestos en las pocas empresas existentes. Así que los jóvenes cuyos padres no tenían los recursos económicos para darles estudios, tenían que salir a buscar un trabajo como se dice coloquialmente hablando “de lo que fuera”, para poder sustentarse a sí mismos y a sus familias.

Es aquí donde entra un personaje llamado Doña Flavia. Esta mujer mexicana se casó con un extranjero nacido en Suiza que llegó con la intención de establecerse en el país. El compró una casa, las franquicias de tres dulcerías de las mejores salas de cine del Puerto y abrió un negocio de venta de tortas y tacos que dejó todos a cargo de su esposa. Debo aclarar que en aquellos tiempos no existían las cadenas de cines con todo y su sistema administrativo como hoy en día.

Muy pronto Doña Flavia se ganó una mala fama como jefa de sus empleados tanto por propios como por extraños. Y es que diariamente encontraba algún motivo para reprenderlos con elevada voz y al hacerlo no se fijaba quién estaba alrededor incrementando la pena de ellos. El empleado de mayor antigüedad laboral, contaba que cuando él trabajaba de sirviente en la casa de Doña Flavia, un día después de haber terminado de limpiar los pisos de su casa, su patrona le reclamó a gritos lo que a su parecer no había sido un buen trabajo; entonces aquél joven, con respeto, le respondió levantando en sus manos en señal de muestra los jirones de jerga que tenía para poder hacer su labor. Asombrada ella y sin decir ni una palabra más, se retiró rápidamente del lugar.

Esta mujer trataba a sus empleados de tal manera, que ya nada de lo que les hiciera podía sorprenderlos. Algunas veces sospechó que le robaban y los acusaba sin tener prueba alguna, otras, les hacía volver a hacer el trabajo mal hecho, las veces que fueran necesarias hasta que quedara bien sin importarle si la hora de salida estaba cerca. No había permisos para faltar, así que sabían que tenían que cuidar su salud para no enfermarse.

Una tarde uno de sus trabajadores, cansado por la “tiranía” de su jefa, expresó su inconformidad pidiendo su salida y amenazándola con demandarla ante el tribunal correspondiente. En respuesta aquella “tirana” le dijo que antes de darle dinero de más a un trabajador, prefería dárselo a su abogado.

Muy pocas veces el esposo de Doña Flavia se aparecía por los negocios y cuando lo hacía, entraba saludando siempre a todos con una gran sonrisa en su rostro. Y era entonces cuando los trabajadores suspirando se decían uno al otro que ése si era un buen patrón, no como su malvada esposa.

El vocablo hebreo yana, nos puede hacer referencia a la acción de oprimir, la cual entendemos que habla de un maltrato injustificado que provoca engaño, aflicción y despojo a quien lo sufre. De aquí comprendemos que para que yana se dé, es necesario que existan por lo menos un opresor y un oprimido.

Los judíos diariamente debemos agradecer a HaShem en los tres rezos correspondientes, que nos libró de la mano de un enemigo opresor como Par’oh rey de Miztráim –Egipto-, de donde nos sacó con grandes milagros y prodigios a la vista de los demás pueblos de la tierra.
Nuestros Jajamim –sabios- de bendita memoria, enseñaron que con engaños Par’oh esclavizó a nuestro pueblo, pidiéndole ayuda para construir sus pirámides con falsas promesas de pago y grandes ganancias; y que inicialmente tanto él como sus príncipes y súbditos, trabajaban todos como cualquier obrero. Hasta que poco a poco se fueron alejando dejando la carga completa a los bene Israel –hijos de Israel-, imponiéndoles capataces y sometiéndolos de esa manera a una dura esclavitud.

Nuestro pueblo fue humillado con las peores labores, fue maltratado verbal y físicamente, fue afligido y despojado; y cuando más grande fue su clamor, HaKadosh Baruj Hu –El Santo Bendito Es- los escuchó recordando el pacto de nuestro padre Abraham, de bendita memoria.

Una mitzvah del Eterno es la prohibición de engañar a alguien.

Vaikra (Lv) 25:17 Y no engañe ninguno a su prójimo, sino temed a vuestro Elohim.

Y adicionalmente nos enseña cómo debemos de tratar a los demás en el sefer del nevi Yejezkel:

Yejezkel (Ez) 18:17 2 Ni oprimiere a ninguno, que al deudor devolviera su prenda, que no cometiere robo, y que diere de su pan al hambriento y cubriere al desnudo con vestido.

Regresando a la historia que les contaba, sobre la jefa “tirana” y sus “pobres” trabajadores, permítanme decirles que aquella mujer nunca retuvo el salario de ninguno de sus empleados, pagando a cada uno lo que les correspondía. Y que si bien es cierto que la manera de reprenderlos no era la correcta, en ese tiempo, era necesario ser estricto, porque los inspectores de la secretaría de salubridad no perdonaban error alguno en los negocios que supervisaban, y si encontraban alguna falla clausuraban inmediatamente; saliendo perjudicadas ambas partes: tanto el patrón, como el empleado.

La mayoría de los trabajadores de Doña Flavia hicieron una fuerte amistad y pasado los años, se reunieron para recordar viejos tiempos. Fue entonces que aquél trabajador de mayor antigüedad laboral les confesó a todos los presentes, que la vez en que su jefa lo reprendió injustamente, aún y cuando ella se encerró en su habitación, él pudo escuchar con claridad su llanto y lo que decía arrepentida de su error. Y agregó que todo lo que había aprendido en cuestión laboral, se lo debía a ella, y que gracias a eso, era un hombre exitoso, que se esmeraba en la higiene y buena calidad de cada producto que ofrecía a sus clientes.

Todos fueron hombres y mujeres de bien. Todos, menos uno, aquél que le robaba a su patrona, quien terminó sus días en la ruina, viviendo en el peor patio de vecindad que puedan imaginar, solo, y murió siendo aún muy joven.

Amados, el engaño es una falsa apariencia, de la cual no estamos tan lejos de caer. Si leemos por completo el perek –capítulo- 22 del sefer del nevi Yejezkel –libro del profeta Ezequiel-, lo sabríamos.

Por eso es que personalmente prefiero al maestro justo y misericordioso que con sus enseñanzas me guíe por el camino del Eterno, que al maestro bonachón y consentidor que con sus incongruencias me desvíe de ÉL.
En el sejut para que logremos subir cada peldaño de los que nos corresponden para llegar a Jag Shavuot –fiesta de las semanas- como una unidad.

Jojmah vedáat!

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