¿Quieres que te bendiga?

Justo antes de que el patriarca Yaakob durmiera, tuvo a bien en bendecir a sus hijos, y podemos ver que no lo hace por simple religiosidad, fueron palabras exactas dirigidas de manera personal, tal como está escrito: Gén 49:28 Todos éstos llegaron a ser las doce tribus de Israel, y esto fue lo que su padre les dijo al bendecirlos; a cada uno lo bendijo con su respectiva bendición.

Todos en algún momento de nuestra vida hemos recibido una bendición, ya sea de nuestros padres, del Rab, de alguna otra autoridad, etc., y ha sido por dos probables razones:
1. Porque se lo pedimos
2. Porque en esa persona estuvo el deseo o sentir de hacerlo.

En el caso de nuestro patriarca, fue él quien tuvo el deseo o inspiración Divina de llamar a sus hijos para bendecirlos, ¿esto lo hizo simplemente porque sí?
Leímos que su objetivo era darles a conocer las cosas que vendrían a futuro, por lo que podemos decir que ellos necesitaban recibir esas palabras, por tal razón les da su bendición.
Y qué pasa en el otro caso, cuando eres tú quien va directamente con la autoridad para que te bendiga, ¿es válido hacerlo? ¿Lo has hecho?
Si recordamos, cuando el patriarca Yaakob se encontraba luchando con aquel ser, como condición para dejarlo ir, le dice: Bendíceme.
Bereshit 32:26 Y le dijo: Déjame, porque raya el alba. Y Yaakob le respondió: No te dejaré ir, si no me bendices.

Entonces sí es válido para nosotros el pedir que alguien más nos bendiga, pero volvemos a hacer la pregunta del primer caso: ¿Está bendición es nada más porque sí?
Diríamos que en este episodio la intención de aquel varón no era la de bendecir a Yaakob, ya que lo hace hasta que él se lo pide y no sin antes darle una de las razones por la que accede a bendecirlo.
Gén 32:27-28 Él le dijo: — ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: — Yaakob.
Él le dijo: —No se dirá más tu nombre Yaakob, sino Israel; porque has contendido con Elokim y con los hombres, y has prevalecido
.

Nuestro patriarca hizo su petición y la pregunta es: ¿se merecía esta bendición?
Sí, pues sus acciones lo hacían meritorio de ella.
Vamos a ver un ejemplo más. Cuando los hijos de Israel se asentaron en Moab, Balac siente temor de la fama que Israel se había forjado y es por ello que manda a llamar a Bil’am, un hombre que tenía una cualidad especial: Números 22:6 Ven pues, ahora, te ruego, maldíceme este pueblo, porque es más fuerte que yo; quizá yo pueda herirlo y echarlo de la tierra; pues yo sé que el que tú bendigas será bendito, y el que tú maldigas será maldito.

Bilam era una persona a quien los demás acudían para pedir que maldijera o bendijera sobre alguien más, pues tenía la capacidad de conocer ciertos tiempos y saber si era propicio lanzar esta bendición o maldición, y solamente si su objetivo era acreedor a ello, o dicho en otras palabras, si se lo merecía, la bendición o la maldición surtía efecto.
Si consideramos el ejemplo de Bilam y las palabras con las que Balak se refiere a él [el que tú bendigas será bendito, y el que tú maldigas será maldito], podemos aprender que tanto para una maldición como para una bendición se necesita algo que la respalde, y ese respaldo pueden ser nuestras obras. Y el mismo Balak sin saberlo estaba pidiendo que el pueblo de Israel fuera bendecido.
Deu 23:5 Pero HaShem tu Elokim no quiso escuchar a Bilam. HaShem tu Elokim te convirtió la maldición en bendición, porque HaShem tu Elokim te amaba.

Por la manera en cómo Israel se conducía en ese preciso momento, HaShem lo hizo acreedor a una bendición, pues el hecho de que se mencione la frase «HaShem te amaba», significa que el pueblo se encontraba haciendo su parte también, le estaba dando razones al Creador para que Él le demostrara Su amor.
Nuevamente podemos ver que lo que hagamos es determinante para definir el resultado.

Con esto en mente quiero que pienses en la última vez que acudiste con Rab o con tu líder espiritual para solicitarle una bendición en determinado asunto; y si él accedió a hacerlo, ¿cuántas de esas palabras que vertió sobre ti se han cristalizado en tu vida? ¿Las has podido palpar?
Todo este me hizo recordar un cuento de Rabi Najman [z’l] que escuché alguna vez por boca del Rab Daniel Ginerman, y que se relaciona con este tema.

Había una gran feria una vez por mes en una gran ciudad, feria de mayoristas en la que acudían comerciantes de toda la región con sus enormes carros y allí hacían las compras para llevar a sus tiendas minoristas en todas las ciudades y aldeas de la región.
Uno de estos mayoristas llegó en un carro muy grande y al entrar en una tienda eligió todo tipo de productos en cantidades enormes y de gran valor. Una vez que llenó su carro, pagó una buena cantidad de dinero al dueño del negocio y antes de retomar su camino se dio cuenta de que necesitaba engrasar los ejes de su carreta, pues no estaban suficientemente engrasados y ello iba a representar un riesgo para este hombre, por lo que se dirige al dueño de la tienda en donde acababa de hacer sus comprar y le pidió: “Disculpa, ¿me podrías facilitar un poco de grasa para poner a los ejes de mi carreta, antes de salir al camino?”
El dueño del negocio le respondió: “Por supuesto, la grasa que uso está ahí en ese recipiente debajo de la mesa, tómalo usa todo lo que necesites”.

Estaba el hombre engrasando los ejes de su carreta, cuando pasó por ahí otro pequeño comerciante que también estaba haciendo compras, pero no en esta tienda, y vio que este hombre estaba engrasando los ejes de su carreta y le dijo: ¡Ah! Yo también necesito engrasar los ejes de la mía, ¿dónde puedo conseguir grasa para mí?.
El comerciante que estaba engrasando los ejes de su carreta le dijo: -Mira, esto no es mío, es el dueño del negocio que está aquí, ve y pídele.
Se dirigió entonces el segundo hombre al dueño del local mayorista en donde el primero había hecho sus comprar y le pidió: Por favor puedes darme grasa para los ejes de mi carreta.
A lo que el dueño de la tienda le respondió: -Mira, yo no hago negocios con grasa, no me dedico a eso ni a nada que tenga que ver con ejes de carreta tampoco.
Entonces el hombre protestó y le dijo: Acabo de ver que hay un hombre allá afuera que está engrasando los ejes de su carreta con grasa que tú le brindaste.
Y el dueño de la tienda le respondió: Sí es cierto, pero esa es mi grasa, la que yo ocupo para engrasar los ejes de mi carreta, y el hombre de allá afuera viene una vez por mes y me hace compras enormes, invierte su dinero en mi negocio. Y también, ahora, como puedes ver, su carreta está toda llena de mercancía que me compró a mí, entonces él es de la casa, le voy a brindar a él de lo mío, pero yo para todos los demás soy un comerciante de lo que se vende en mi negocio y tú no eres cliente mío, no eres de la casa, por consiguiente yo no me dedico a grasa, ruego me disculpes, no tengo grasa para ti.

Esto puede parecer fuerte y quizá nos haga cuestionar en dónde quedan la bondad, la generosidad. Pero si lo hilamos con el tema de pedir una bendición podremos entender un punto importante en todo esto.
Cuando vamos ante el Rab o ante otra la autoridad para que nos bendiga sobre un asunto en particular, en principio pueden suceder 2 cosas, que nos la dé o no.
Si es que no nos la da, ¿nos molestaríamos?
Y sí nos la da, pero a la postre nuestra petición no se cumple, ¿qué pensaríamos?

Hay gente que se allega a un grupo religioso o busca al Rab del lugar para que lo ayude única y exclusivamente en la petición que tiene en ese momento, y nada más. Como leímos en la historia, solo buscan grasa para los ejes de su carreta, únicamente se acercan para hallar una solución y después retirarse sin más.
En ocasiones pensamos, dado que el Rab es un varón con respaldo de lo alto, podemos elevar nuestras peticiones a través de él y con eso bastará, pero lastimosamente no hemos hecho nada de nuestra parte para que esto ocurra, simplemente queremos recibir sin haber dado nada a cambio.

Nuestro Mashiaj vivió situaciones similares, cuando personas ajenas al pueblo se acercaron a pedir únicamente la solución de sus conflictos.
En los ejemplos que veremos a continuación, podremos notar como es que las acciones de las personas que solicitaron el favor o bendición, influyeron para que su petición se cumpliera.

Lucas 7:1-10 Una vez concluidas todas sus palabras al pueblo que le escuchaba, Yehoshua entró en Capernaúm.
Y el siervo de cierto centurión, a quien él tenía en mucha estima, estaba enfermo y a punto de morir.
Cuando oyó hablar de Yehoshua, le envió ancianos de los judíos para rogarle que fuera y sanara a su siervo.
Ellos fueron a Yehoshua y le rogaban con insistencia, diciéndole: —Él es digno de que le concedas esto;
porque ama a nuestra nación y él mismo nos edificó la sinagoga.
Yehoshua fue con ellos. Y cuando ya no estaban muy lejos de su casa, el centurión le envió unos amigos para decirle: —Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo.
Por eso, no me tuve por digno de ir a ti. Más bien, di la palabra, y mi criado será sanado.
Porque yo también soy hombre puesto bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Y digo a éste: «Vé,» y él va; digo al otro: «Ven,» y él viene; y digo a mi siervo: «Haz esto,» y él lo hace.
Cuando Yehoshua oyó esto, se maravilló de él; y dándose vuelta, dijo a la gente que le seguía: —¡Les digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe!
Cuando volvieron a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo.

Marcos 7:24-30 Y levantándose, partió de allí para los territorios de Tiro y de Sidón. Y entró en una casa y no quería que nadie lo supiese, pero no pudo esconderse.
Más bien, en seguida oyó de él una mujer cuya hija tenía un espíritu inmundo, y vino y cayó a sus pies.
La mujer era griega, de nacionalidad sirofenicia, y le rogaba que echase el demonio fuera de su hija.
Pero Yehoshua le dijo: —Deja primero que se sacien los hijos, porque no es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos.
Ella respondió y le dijo: —Sí, Señor; también los perritos debajo de la mesa comen de las migajas de los hijos.
Entonces él le dijo: —Por causa de lo que has dicho, vé; el demonio ha salido de tu hija.
Y cuando ella se fue a su casa, halló a su hija acostada en la cama y que el demonio había salido.

Rab Najman [z’l] enseña que para recibir aquello que tú deseas recibir, tienes que tener un recipiente capaz de hacerlo y el modo de hacer apto ese recipiente es por medio del dar.
Aunado a lo anterior, hay que tener presente que si yo recibo es para dar; recibo porque doy y recibo porque quiero dar más.
Por lo que, para poder recibir, nuestro recipiente [cuerpo] tiene que ser apto: Pro 10:6 Bendiciones vendrán sobre la cabeza del justo, pero la boca de los impíos encubre la violencia.

Y tenemos que dar para recibir: Mishle 11:26 Al que acapara el grano, el pueblo lo maldecirá; pero la bendición caerá sobre la cabeza del que distribuye.

Para que yo pueda obtener aquello que anhelo, no basta con acercarme a aquel que puede hacerlo posible y simplemente pedírselo, tengo que entrar a ese intercambio.
¿Y qué pasa cuando venimos a la Bet kneset solamente en Shabat y elevamos nuestras peticiones a los cielos, pensando que con este día es suficiente? De forma alegórica podríamos decir: ¿Acaso tengo que comprar más seguido en la tienda del Gran Comerciante [HaShem]?

2Co 9:6 Y digo esto: El que siembra escasamente cosechará escasamente, y el que siembra con generosidad también con generosidad cosechará.

Si como el comerciante, adquiero dando también de mi parte [«pagando» por lo que recibo], y no solo una ocasión sino constantemente, en ese momento me convierto en un cliente del mayorista y las cosas serán distintas para mí, porque sé que cuando acuda al Rab, él me dará grasa para los ejes de mi carreta.

Jazak ubaruj!

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