Un cuento para Shavuot

Cuando la mañana llegó, un aroma muy peculiar inundaba el ambiente. Cereales, uvas, aceitunas, era lo primero que alcanzaba a distinguir.
El desayuno de hoy será muy bueno. fue lo primero que pensé.
Recité mis Bendiciones matutinas y más presto que perezoso me dirigí a la cocina, ahí vi como mi padre acomodaba los canastos con toda esa clase de frutos.
Apenas y tenía la altura suficiente para alcanzar el borde de la mesa donde los colocaba, hice el esfuerzo de pararme sobre las puntas de mis pies, intentado tomar el higo más grande que jamás había visto.
Mi madre, quien detrás mío observaba todos, finalmente preguntó:
¿Se puede saber qué es lo que tratas de hacer? al escuchar su voz, mi padre volteó y sorprendido, vio mi brazo tratando de alcanzar la canasta. Ambos soltaron una pequeña risa, entre tanto que mi madre se acercaba a la mesa.

Estos son los primeros frutos y le pertenecen a HaShem me dijo mientras tomaba el higo y me lo mostraba. ¿Acaso olvidaste qué día es hoy?
En ese momento mis recuerdos me llevaron a la noche anterior, mi padre había contado 49 días para el ‘Omer, hoy a la puesta del sol daba inicio el festival de Shabu’ot.
Tu padre está terminado de preparar los frutos y yo casi he terminado con el adorno de la cesta, ¿te gusta? preguntó mientras me llevaba al otro lado de la cocina para que pudiera verla.
Es una canasta muy bonita le dije. Te ha quedado mejor que el año pasado. Ella me me agradeció con un gesto.
Espero que tú también estés preparado dijo mi padre mientras colocaba unas granadas sobre la mesa.
Durante el festival de las Matzot, prometió que este año me llevaría con él para entregar las Primicias [Bikurim], ello me alegró en su momento y finalmente había llegado el día.
Asentí, mientras mi rostro dibujaba una enorme sonrisa.

El atardecer llegó en un abrir y cerrar de ojos. La luz poco a poco comenzó a menguar. Mi padre llamándome desde la entrada de la casa, indicaba el momento de irnos. Después de besar la Mezuzah y también a mi madre, me veo a lo lejos despidiendome y ella hace lo mismo con nosotros.
Durante el camino, mi padre me contó cómo nuestro pueblo salió de Mitzráim [Egipto]. La mano fuerte de nuestro Elokim, hizo maravillas por nosotros; la nación más grande y poderosa de aquel entonces fue reducida a nada, y la causa fue un pueblo en apariencia insignificante.
49 días más tarde, en aquel monte llamado Sinaí, El Ribono shel ‘olam, con inmenso amor, se complace en obsequiarnos Su Sagrada Torah. Tinieblas, relámpagos, voces que podían verse, fueron la causa del terror y el temor que envolvió a nuestro pueblo en aquel momento, no obstante, nos mantenemos firmes, pues somos el pueblo que HaShem escogió.

No todo fue miel sobre hojuelas continuó diciendo mi padre. Esa misma noche cometimos una falta que parecía imperdonable. Un dios de oro…, por un momento nos olvidamos de Aquel que nos amó.
¿Qué nos habrá pasado? preguntó en voz baja mi padre, como si se cuestionara a él mismo. En ese mismo instante se detuvo y miró fijamente el cielo.
Mis ojos se posaron en él intentando descifrar lo que estaba pensando, y por un instante, sentí haberlo conseguido.
Inmediatamente continúo la marcha, sus siguientes palabras volvieron a reflejar esa alegría y entusiasmo que hasta hace unos instantes se vieron pausados, entonces me dijo:
¡HaShem Es Misericordioso! Lo Es conmigo y con tu madre, lo Es contigo; y lo Es para con todo Israel. ¡Nunca lo olvides!
A final de todo continuó, nos trajo a una buena tierra, esa es la razón por la que hacemos esto.
¿Recuerdas lo que leímos hace unos días? me preguntó mientras cambiaba la canasta de su hombro izquierdo al derecho.
HaShem nos dio esta tierra de leche y miel, por eso Le llevamos las primicias de nuestros frutos le contesté.
Aún cuando la canasta me impedía ver su rostro, podía asegurar que se encontraba sonriendo.
El camino, sin ser muy largo, fue acortado por las palabras de mi padre.

Llegamos aun lugar muy concurrido, el aroma con el que desperté por la mañana anterior se hizo presente una vez más.
Canastas de todos tamaños desfilaban ante mí, hombres que parecían inmensos pasaban ante mis ojos. Cantos y melodías se escuchaban por doquier, la alegría era tal, que podía sentirse en todas las calles de la ciudad.
Aquí descansaremos un momento dijo mi padre mientras descargaba la cesta de sus hombros.
La nuestra no era la más grande o la más ostentosa, pero estaba seguro de que ninguna otra podía superarla, y con esa idea me quedé dormido.
La voz de un hombre me despertó, anunciaba con fervor que podíamos continuar subiendo.
“Levántense, y subamos a Tzion, a HaShem nuestro Elokim”(1) decía con gran fuerza y sus palabras parecían motivar a todos.
Uno a uno, los hombres levantaron sus cestas y continuaron el viaje.

Cuanto más subíamos, mucha más gente iba reuniéndose. Gente de nuestro pueblo, que como un solo hombre compartía la alegría de servir al Creador.
Al frente de todos, un toro era llevado como futuro qorban. Mi padre ya me había hablado de él, me decía que decoraban sus cuernos con oro y le ponían un collar de hojas de olivo, el fin era embellecerlo.
Cuanto más subíamos, más alegría y regocijo se sentía, flautistas acompañaban nuestro caminar, animaban el ambiente con sus dulces melodías.
Juntos, llegamos al monte del Bet haMikdash, ahí incluso el mismísimo Rey, cargaba su propia canasta hasta entrar en el patio de la Casa de HaShem.

Cuando entramos, los Levim cantaron el Salmo 30 y sus melodiosas voces articularon al unísono: «Te glorificaré, HaShem; porque me has levantado, y no hiciste a mis enemigos alegrarse de mí».
Hubo quien además de sus primicias, llevó palominos, los cuales entregó a los Kohanim y fueron ofrendados a HaShem. La celebración y la alegría no se detenían, sino todo lo contrario. Fue entonces que me pregunté: ¿Cuál es el motivo de todo esto? ¿Por qué razón debo de alegrarme?
La respuesta fue recitada por mi padre y por todos aquellos que, aún con su cesta al hombro, declararon delante del Creador.
«Y HaShem nos sacó de Mitzráim con mano fuerte, y con brazo extendido, y con grande espanto, y con señales y con milagros: y nos trajo a este lugar, y nos dio esta tierra, tierra que fluye leche y miel. Y ahora, he aquí, he traído las primicias del fruto de la tierra que me diste, oh HaShem»(2).
Dicho esto, dejaron sus Bikurim a un lado del altar, se inclinaron y salían del Bet haMikdash para cumplir una mitzvah fundamental del festival.
Y te alegrarás con todo el bien que HaShem tu Elokim te hubiere dado a ti y a tu casa, tú y el levi, y el extranjero que está en medio de ti.(3)

Al escuchar y ver todo esto, mis labios se abrieron para decir: “Muchas gracias HaShem por darnos días de fiesta, muchas gracias por darnos días de inmensa alegría, muchas gracias por escoger a Israel con amor”.

Jag haShavuot sameaj!

(1) Irmiahu [Jr] 31:5
(2) Debarim [Dt] 26:8-10
(3) Debarim [Dt] 26:11

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